Es profesor agregado de filosofía y miembro del Consejo de Análisis de la Sociedad y consultor de la asociación Progrès du Management.
En sus principales obras (en particular, La era del vacío) analiza lo que se ha considerado la sociedad posmoderna, con temas recurrentes como el narcisismo apático, el consumismo, el hiperindividualismo psicologista, la deserción de los valores tradicionales, la hipermodernidad, la cultura de masas y su indiferencia, la abolición de lo trágico, el hedonismo instanteneista, la pérdida de la conciencia histórica y el descrédito del futuro, la moda y lo efímero, los mass media, el culto al ocio, la cultura como mercancía, el ecologismo como disfraz y pose social, entre otras. Es profesor de la Universidad de Grenoble.
Hipermodernidad. Para Lipovesky, la cultura, en estos tiempos, es inseparable de la industria y vivimos en un hiperindividualismo.
-¿Entonces
ahora somos menos felices?
-Esa será la pregunta que cierre esta entrevista. Hoy, con
todo lo que tenemos, ¿somos menos felices? Es que el filósofo Gilles Lipovetsky
tiene mucho que decir sobre estas cosas. De hecho, vino al país a hablar de
consumo y felicidad. Pero eso será al final. Para empezar, hay que saber que
este señor que ahora gesticula enfático y que pronto aconsejará cierta
moderación en el consumo es el mismo que hace algo más de tres décadas empezó a
hablar de la posmodernidad, una nueva forma de ser en el mundo en que nada –ni
el amor, ni el trabajo, ni el género– es fijo, el hedonismo manda y el consumo
es el acceso al bienestar. Este filósofo que fue leído en todo el mundo y que
ahora va a decir que hay que estudiar con rigor y, sí, sufrir un poco para
aprender, en su libro La era del vacío, de 1983, describía el nuevo
mundo de una manera que explicó muy bien el sociólogo Marcelo Pisarro: “El
capitalismo moderno había provocado una complicada ruptura en el mundo
occidental y había conducido a una sociedad individualista, risueña, cool,
respetuosa de las diferencias e irrespetuosa de las jerarquías, ávida de
identidad, apática y narcisista, escéptica de los grandes relatos y de los
corsés ideológicos, emancipada de los centros y de las represiones,
desenfadada, irónica, nostálgica, consumista, ligera, en fin, posmoderna. (...)
Si el embajador de la modernidad era Conan el Destructor, el representante de
la posmodernidad era Forrest Gump .”
Después, Lipovetsky reemplazó el término de “posmodernidad” por el de
“hipermodernidad”, donde la cultura es inseparable de la industria y vivimos un
hiperindividualismo. Así es que Lipovetsky estuvo en la Argentina hace unos
días, invitado por la Fundación Osde para hablar sobre “La sociedad del
hiperconsumo. ¿Somos más felices?” Y en esa oportunidad, habló con Clarín.
-¿Por qué vincula consumo con
felicidad. ¿Qué tienen que ver?
-Tienen mucho que ver. El consumo tiene un objetivo y es
el de incrementar el bienestar. Eso no es la felicidad pero son momentitos de
felicidad. Si te comprás una casa, si hacés un viaje, es porque esperás de eso
algún bienestar. La dinámica del consumo se legitima en nombre de la felicidad
privada. ¿Vas al cine? ¿Qué te venden? Dos horas de felicidad. Todos los
productos de consumo se venden por ese artilugio.
-Cualquier adulto sabe que eso no
funciona, no hace falta ser Gilles Lipovetsky...
-¡Seguro! Eso es la retórica de la felicidad.
-Hay una distancia entre la retórica
de la felicidad y la felicidad.
-Cierto. Pero no se trata de una ilusión total. El consumo
te brinda pequeñas felicidades. Llevás a tus hijos a Disney; ellos están
felices y vos también. Te compraste el último celular inteligente… estás
contenta. Claro que no dura, son felicidades pequeñas.
-¿Y qué es la felicidad?
-¿La felicidad? Es una relación de uno con uno mismo y de
uno con los demás. El consumo, en cambio, es una relación de vos con una cosa.
-¿Un ejemplo?
-De uno mismo con uno mismo: podrás tener la tablet, el
teléfono, la casa, lo que se te ocurra, pero si tu trabajo no te gusta, si hay
aspectos de tu vida que no te gustan, todo el resto no vale. Con lo cual hay
felicidad solamente cuando hay paz interior. Los filósofos siempre lo
plantearon de esa manera: los epicúreos, los estoicos, las escuelas cínicas,
todos muestran que la sabiduría es la serenidad. Si estás en conflicto con vos
misma, porque el modo de vida que tenés no te gusta, porque tenés que estar a
las corridas, entonces podés ir a comprar, a consumir, al cine y eso te va a
dar pinceladas de felicidad pero en el fondo sos una desgraciada.
-¿Y en el vínculo con los demás?
-Mal podés ser feliz si estás en tensión con los demás. Si
tenés un conflicto grave, si tu jefe te está hostigando, tu vida es espantosa.
Podrás comprarte lo que se te ocurra y vas a estar traumatizada. La idea de que
el consumo puede darte la felicidad es una estupidez.
-Ya las abuelas decían que la plata
no hace la felicidad...
-Mmm... Se hicieron estudios con cifras y se vio que la
fórmula “La plata no hace la felicidad” es verdadera y falsa. En las encuestas
sobre felicidad, los que se declaran menos felices son los más pobres. Si no
tenés techo y además podés estar enfermo, tener frío, es imposible ser feliz.
El peso de las cosas es tan enorme que torna imposible la felicidad. A ese
nivel, la plata contribuye a la felicidad. Pero también se pudo demostrar que
llega un momento en que ganás más, más plata y no te da más felicidad. Hay un
umbral.
-¿Esta aceleración del consumo no
tiene que ver con modelos económicos basados en su estímulo? Si el consumo
mueve la economía, hace falta consumo
-Como sabés, en las economías hiperdesarrolladas hoy el motor del crecimiento es el consumo de los hogares. En Estados Unidos, el 70 por ciento del PBI viene de allí. Si la gente no compra, se desmorona la economía. En Francia es el 60 por ciento. En la sociedad de hiperconsumo, el consumo pasó a ser el motor de la economía.
-Como sabés, en las economías hiperdesarrolladas hoy el motor del crecimiento es el consumo de los hogares. En Estados Unidos, el 70 por ciento del PBI viene de allí. Si la gente no compra, se desmorona la economía. En Francia es el 60 por ciento. En la sociedad de hiperconsumo, el consumo pasó a ser el motor de la economía.
-En este contexto nosotros, cada uno,
¿tenía alguna alternativa a convertirse en un hiperconsumidor? ¿O fue la
máquina económica del mundo la que nos inventó como consumidores?
-Esencialmente, es así, nos inventaron. Fijate: hace poco
la tablet no la deseaba nadie, ¡no existía! Y ahora quiero la mía. Claro que es
el sistema: Marx ya lo dijo: es la producción lo que genera el deseo. Ahora
bien: hoy el sistema es tan potente que no deja de inventar nuevas necesidades.
Y generó la hiperelección. Es decir: dentro de la hiperelección volvés a tener
un margen de autonomía. Vos tenés un teléfono inteligente y mirá, yo tengo un
teléfono viejo. No es una cuestión de plata: no me lo compré por elección. Tenés
una autonomía individual que no te obliga a consumir.
-Usted se preguntó si había sido
bueno darle tanta importancia al hedonismo y si es hora de cuestionarnos qué es
una buena vida.
-Epicuro decía que se hace algo porque se espera sacar de
eso un placer y que escapamos de aquello que nos puede generar dolor. El
capitalismo de hiperconsumo hizo reventar eso, el hedonismo está difundido,
sacralizado y en todos lados. Los conservadores denuncian eso. Dicen que el
sistema es hedonista y que hace que la gente sea egoísta, que arruina el futuro
porque la gente está mirando la tele, son tarados, miran pornografía en vez de
cosas de calidad, los turistas son vulgares, comen sándwiches en los museos.
Con lo que surge la idea de que en se trata de un sistema democrático, sí, pero
de una democracia que corrompe los verdaderos valores. Yo no sería tan
estricto. Pienso que el hedonismo ha hecho mucho bien. Que el hecho de que la
gente viaje, que escuche música con facilidad, que todo el mundo se pueda
vestir más o menos a la moda, que se pueda llamar por teléfono a todos lados,
que uno pueda cuidarse —el hedonismo son también los medicamentos que uno
consume— todo eso es positivo. El problema es que este sistema transformó el
hedonismo en un absoluto: no propone ninguna otra cosa, no hay otra finalidad
de existencia. Y eso no está bien.
-¿Por qué?
-El placer como medio, bárbaro. Si es como fin, es pobre.
Un ser humano no es sólo una máquina de placer. A menudo lo que te da placer no
te lo da de inmediato, hay que sufrir un poco para conseguir un placer.
-¿Cómo es eso?
-Mientas escribo un libro no tengo un orgasmo cada quince
minutos, es algo difícil. Pero luego vendrá el placer. Es una visión muy pobre
del ser humano el reducirlo al consumo. El ser humano piensa, trabaja, ama… Si
hablamos de educación, eso no es hedonismo, es trabajo. Si sos madre y sólo das
educación de placer, tus hijos no van a crecer. En algún momento vas a tener
que apretar las clavijas. De lo contrario. La escuela no está para dar
felicidad, está para enseñar. Hay que aprender.
-En este país resulta paradójico
hablar de hiperconsumo. No hay veinte tipos de queso en el supermercado y hay
miles de personas durmiendo en la calle y comiendo de la basura.
-Hay una brecha enorme de desigualdades y el drama es que
aún esos pobres de los que hablás son hiperconsumidores… en su cabeza. Ellos
también ven la tablet, la quieren, porque saben que existe. Antes los pobres
vivían en el campo, no viajaban, vivían pobres, no hablaban por teléfono, no
había moda. Hoy es más difícil ser pobre porque en la cabeza hay una
contradicción. “Yo también tengo derecho al consumo”, se dicen. Y es
insoportable, porque tiene que ver con la dignidad.
-¿Entonces ahora somos menos felices?
-Hace un siglo Freud se ocupaba de burguesas histéricas,
frígidas; tampoco eran felices. No dramaticemos. Ahora las mujeres no son
frígidas, tienen otros problemas. La felicidad y la infelicidad son muy
complejas, no son fáciles de medir. Creo que con la excepción de momentos de
dramas espantosos, la sumatoria de felicidades y desgracias no debe haber
cambiado mucho en la historia de la humanidad.
Grandes reflexiones para este mundo moderno en el que vivimos!!!
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